5 de abril de 2008

Semana Santa en Valtiendas

Imagen tomada por Marcela M.

Semana Santa en Valtiendas.

Son las cuatro de la tarde Sábado de Gloria, estoy sentada en la cocina, tomando un café con leche que me he preparado. Al calor de la cocinilla, imaginando las tardes que mi padre se pasaba escuchando la radio, radio Nacional, leyendo las letras grandes del periódico ó mirando hacia la ladera ,el Pico de la Muela, a veces imaginándola sin verla.

Yo esta tarde apenas la distingo, ha empezado a nevar y una ventisca de nieve precedente de la ladera me impide verla con nitidez a través de la ventana. Son copos grandes, pronto cuajará. Esta mañana ha llovido y tardará más en cubrirse el suelo de nieve.

Estoy sola, sé que puedo ir a cualquier casa de las que están abiertas pero prefiero poner en este folio mis recuerdos de la Cuaresma y Semana Santa de cuando era niña,

Los Carnavales eran bullicio, baile, el Tío Primo y su hijo Jesús, tocando en la plaza, que se llenaba de parejas, algunos disfraces, las mozas luciendo sus manteos.

Juliana nos pintaba los labios también nos echaba polvos Roberta, éramos amigas de su sobrina y eso nos distinguía.

Las hojuelas no faltaban en ningún hogar. El Miércoles de Ceniza, adiós baile y alegría.

Los Domingo de Cuaresma por la tarde, paseo arriba paseo abajo por la carretera hasta el pianillo. Las niñas cogíamos moscones y se los metíamos en los bolsillos de la chaqueta a los mayores, era divertido. Los mozos sacaban a la chica que le gustaba de la hilera de la pandilla, para compartir la tarde con ella.

Los viernes había Vía Cruces y Miserere -Salmo cincuenta Cantado-Justo, el Sacristán tocaba el órgano y cantaba, las imágenes todas tapadas con tela morada, aquello imponía.

Al fin llegaba san Lázaro y cada pandilla con lo que habíamos ahorrado durante los domingo anteriores, hacíamos la merienda; tortilla de patata o de huevos con chorizo y de postre natillas o brazo de gitano. Qué bueno estaba todo. Aún hoy después de tantos años, tantas Semanas Santas, siento el olor de los bollos que hacía la Leo del Sr. Anselmo, en aquel horno tan entrañable, si entrañable se le puede decir a un espacio, pero es que era inseparable el cocedero, la masa de los bollos y Leo. Qué masa dulce, suave, olorosa, yo no me retiraba de allí hasta que me daba un pellizco de masa, entonces salía corriendo a la calle.

Las Procesiones con el Nazareno y la Virgen vestida de negro subiendo a San Roque todos acompañando con farolillos y velas, cantando o en silencio, de noche tal vez con la luna llena.

Hasta las campanas quedaban mudas, las sustituían las carracas (instrumento de madera), todo era recogimiento y fervor, el Sermón de Don Saturnino, siempre el mismo, desde el púlpito con una voz contundente como si algo horrible acabara de suceder, una sensación de miedo te recorría todo el cuerpo.

El Domingo de Resurrección, después del Encuentro -Otro día me extenderé-volvía la alegría, el repiquetear de campanas, el Tío Primo con su flauta mágica y su hijo con el tambor daban la nota alegre, la chiquillería sabíamos que por la tarde iríamos a su casa para bajar con ellos a la plaza a bailar sin parar hasta la noche a pesar del frío que solía hacer.

Termino mi relato y ha dejado de nevar sin haberse cubierto el suelo de nieve.

Otra vez será.