25 de mayo de 2008

los almendros del camino

Hace veinte o veinticinco años, a nuestro padre y abuelo vuestro, le debió parecer que el camino que llegaba a su casa o que empieza en su casa, estaba demasiado árido y que por proximidad, tal vez él podría darle un cambio al paisaje.

Cómo el oficio de injertador se lo sabía bien, no en vano era el injertador de Valtiendas y de los pueblos de los alrededores, pues injertó o plantó- que no los sé- tres almendros que crecieron enseguida con una altura y frondosidad muy respetable.

Actualmente, sus raíces tienen espacio para extenderse sabiamente como todo lo que se deja a la naturaleza. Algunos años han tenido almendrucos de gran tamaño.

En verano el abuelo disfrutaba a su sombra, quitándose el sombrero o la boina, con su garrota, para sortear el desnivel del camino, sentado en un madero o dos maderos juntos, para él cómodo asiento.

Pasaba largas horas a la sombra del primer almendro, sólo abandonaba el asiento para ir al banco de la cocina a sentarse a escuchar la Radio Nacional de España, puntual a cada hora, y de paso se echaba un traguito del vino que tenía fresquito en la bodega situada al fondo de la cocina.

También sembraba ajos y tomates, y aunque la tierra es pobre, cómo la regaba daban su fruto. Pero el terreno y el lugar son sin duda más apropiados para los almendros.

El lunes día diecisiete de marzo cuándo llegamos a Valtiendas estaban los Almendros repletos de flores, estampa digna de una foto para recordar. El camino lleno de hierba verde aún no muy alta y un aire muy suave que hacía que las flores del de los almendros que caían se mezclasen con el verdor del camino.

Ese espectáculo ha durado muy pocas horas, el miércoles por la noche al amanecer del Jueves Santo, una helada ha acabado con el fruto en cierne.

El blanco inmaculado de la flor del almendro ha sido arrebatado por la helada, propia de la primavera temprana…

En el corral de la casa hay violetas, no se cómo puede haber llegado hasta aquí este prodigio de la naturaleza. Cuando éramos niñas íbamos al prado, allí, al límite con Pecharromán, a coger violetas o simplemente a admirar su color morado y el suave olor.


Valtiendas a nueve de abril de dos mil ocho.