6 de febrero de 2009

Las Candelas

Revisando los folios que tenía guardados, veo escritos llenos de tachaduras y borrones e intentos de relatar mis recuerdos de los primeros días de febrero - retomo la tarea.
No sé por qué en estas fechas se me agolpan en la cabeza recuerdos de mi niñez que acontecían en Valtiendas, que era mi mundo grande y maravilloso.

El día dos de febrero era fecha clave, significaba salir de casa, recorrer el pueblo, dejar el brasero y salir del letargo, ya quedaban lejos la Navidad y los Reyes Magos que nos traían la anguila de mazapán.
Aunque seguía siendo invierno y haciendo mucho frío, los días eran más largos. Empezaban las fiestas, Las Candelas, San Blas, Santa Águeda, los Carnavales…

Hoy, día uno de febrero de dos mil nueve en mi casa de Palma, sentada en una silla cómoda y una mesa a modo de pupitre con bolígrafo bic y sin capirucho doy un paseo por Valtiendas y escribo:
El día dos febrero Presentación del Señor, las Candelas, iniciaban los Quintos su mandato en cuanto a festejos durante todo el año. Los Quintos eran los mozos que sorteaban para ir a hacer el Servicio Militar, la “mili”, que era obligatorio, aunque algunos estaban exentos pero eran pocos; por ser huérfanos de padre, por haber ido más hermanos, por enfermedad o porque no medían lo reglamentario, para esto último les tallaban en el Ayuntamiento. Pero como decía eran los menos.
El día de las Candelas comenzaba con la celebración de la Santa Misa a continuación sacaban en Procesión al Niño de la Bola, si eran más de cuatro quintos se turnaban para coger el palo. Después comenzaba la fiesta lúdica. La Corrida del Gallo. El gallo más hermoso del corral, dueño absoluto del gallinero con su cresta recrestellada y repiqueteando con su quiquiriquí todo el día. Al gallo, mimado por todas las gallinas del corral, la madre del quinto ya lo tenía sentenciado. Y llegado el momento de la corrida del gallo, la tradición ritual o diversión, el Gallo iba camino del lugar donde acontecía el evento. En la calle de la Fuente, la casa de la señora María Cruz tenía un balcón y enfrente, al otro lado de la calle, ponían un carro con la vara o lanza hacia arriba y ataban una soga a la vara y el otro extremo de la soga la manejaba gente colocada en el balcón, el manejo consistía en bajar o alzar la soga donde se había atado al gallo por las patas, con la cabeza y su cresta para abajo, en el centro de la soga estaba el indefenso a merced de los Quintos.
Los Quintos adornaban su cabeza con una escarapela -divisa en forma de rosa- que se colocaba en la boina o el sombrero, o cogida con un alfiler en el jersey. Montado cada uno en su burro o burra. Todos pasaban por debajo de la soga con la intención de ser él quien arrancase el pescuezo al Gallo. Pero los que estaban en el balcón se lo ponían difícil, algunos se caían del burro y los espectadores nos reíamos de su torpeza. La expectación era total, todos, niños, mayores, conteníamos el aliento, se notaba porque algunos años nevaba o hacía un frio que cortaba la respiración y al hacerlo salía el vaho y era un obstáculo para ver con nitidez los detalles de la corrida, y la emoción del momento de ver al héroe que orgulloso enseñaba el trofeo que acababa de conseguir.
Después el gallo o gallos, porque cada madre tenía el suyo para el acontecimiento, los guisaban para la merienda, eran excelentes cocineras, se reunían todos en una casa, el año que le tocó a nuestro hermano Jesús hicieron la merienda en casa de los padres de Donato, también las madres se sentían protagonistas.
El baile: por la tarde los Quintos acompañaban al Tío Primo, con mayúsculas, y a su hijo Jesús, hasta la plaza donde tocaban hasta que anochecía y un poco más. Los chiquillos también hacíamos el recorrido de buscar al Tío Primo, subir la cuesta y volver a bajar a la plaza con mucho frío pero con alegría, alborozo, bullicio, risas…todo ello contribuía a que fuéramos felices.
La buena Vela de los Santos a las Candelas.