14 de diciembre de 2012

Por estas fechas

El mes de noviembre está asociado a muchas cosas bonitas de mi infancia - algunas ya las he escrito en mi blog - hoy escribo sobre un personaje al que también tengo relacionado con este mes en particular.

El Tio Bigote iba a Valtiendas a vender fruta desde muy lejos, quizás desde Peñafiel. Llegaba en su carro de baras tirado por un mulo, se ponía siempre en el mismo sitio en la plaza y empezaba a bajar las cajas llenas de fruta, las ponía en el suelo de forma que quedasen lo más atrayente posible o eso me parecía a mi.

El chico que primero aparecía por la plaza se encargaba de vocear  por todo el pueblo que había llegado a la plaza el frutero, el chico se ganaba unas perrillas a cambio y las mujeres al oír el pregón salían a comprar.
Como vivíamos cerca de la plaza yo bajaba corriendo y me ponía en el mejor sitio para verlo todo, el Tio Bigote vendía a las mujeres lo que le pedían, la cantidad la pesaba con la romana de mano y ellas le daban el dinero, para mi era nuevo aquello del intercambio.
Si la llegada del Tio Bigote a la plaza coincidía con la hora del recreo yo no jugaba ¡que ya habría más días para jugar! sin embargo el frutero podía tardar en volver quince días o más!.

Las zanahorias me llamaban mucho la atención; las de color naranja eran bonitas pero las moradas eran mis preferidas, ignoraba qué sabor tenían porque nuestra madre - vuestra abuela - no las compraba, debían estar buenas; crudas, cocidas o como fuere que se preparasen, aunque se me pasaba pronto el apetito. Entendía que eran tan bonitas que debían estar solo para el gozo de la vista.

Las mandarinas me tenían prendada allí dentro de la caja en el suelo, destacaban con su color naranja fuerte, su toque de hojas verdes y ese olor suave que desprendían, pero también lejos del bolsillo de madre.
Naranjas sí que le compraba nuestra madre, con una naranja hacía rodajas y con un poco de azúcar por encima conseguía un postre de rechupete.
También traía el Tio Bigote en su carro, castañas, higos, cacahuetes y esas cosas propias de Navidad que estaba ya a la vuelta de la esquina.

Escrito en mi cuaderno a bolígrafo en Palma de Mallorca a doce del doce del año 2012.

19 de noviembre de 2012

Un día nublado

Esta mañana, cuando he subido la persiana para que entrase el sol, como hago cada mañana, he visto que el día era distinto de lo habitual, llovía mucho y la oscuridad lo cubría todo.

A pesar de que ya era casi la hora de que los niños empezasen a ir llegando al colegio han sido muy poquitos los niños que se han presentado, ni ha sonado la música a las nueve en punto porque se ha ido la luz de toda la zona.
Tampoco estaban las dos gaviotas que cada día de escuela se paran en el tejado del colegio, para dar la bienvenida a los niños o para ver que todo está tranquilo.
Sin embargo, hoy no han acudido a la cita ni las dos tempraneras ni las que vienen un poco antes de las doce para disputarse las migas que los niños tiran cuando comen el bocadillo en el recreo.
En otra ocasión he escrito que las gaviotas tienen controlados los sábados y domingos, pero que se despistan cuando no hay colegio entre semana, por fiesta o cualquier otro evento. Que había huelga general porque es 14 de noviembre de 2012, lo sabíamos todos los ciudadanos ya que leemos la prensa, lo vemos en la televisión, lo escuchamos por la radio y por el boca a boca, que también es un medio rápido para enterarse, además con distintas versiones, tantas como gente hay.
Pero las gaviotas, ¿será que han aprendido nuestro lenguaje de tanto compartir espacio con nosotros? aunque sería un logro y noticia de primera magnitud, me inclino a pensar que no han aparecido por el colegio porque la mañana parecía la prolongación de la noche y han preferido quedarse donde pasan las noches o irse a otro lugar.

En fin, mañana será otro día.

Escrito en palma a 14 de noviembre de dos mil doce.

19 de octubre de 2012

El Juego de las Tabas


   El juego de las tabas era más tranquilo que otros juegos, nos sentábamos en el suelo en corro de tres o cuatro niñas, podía ser en la plaza o en cualquier sitio tranquilo,también en las casas, en la nuestra ,allí en la sala de abajo.
Como el suelo era de barro se armaba una polvareda de mucho cuidado pero estábamos al abrigo de las inclemencias del tiempo.
  
  
No era fácil tener tabas, las tenían las niñas en cuya casa había rebaño de ovejas, las demás, que éramos la mayoría, las conseguíamos alguna vez, en nuestro caso cuándo vuestra abuela compraba cuarto y mitad de carne en casa de la señora María o de la Vitoria y le daban la parte de la taba, pues que alegría.

La taba era grande porque era de oveja, era blanca debido a que estaba toda la mañana cociendo en el puchero de barro a la lumbre, al menos eso es lo que yo he deducido con el paso del tiempo. Las tabas que llegan ahora a nuestras casas son más pequeñas no son tan blancas ni acaban de despegarse de la carne.

   El máximo para jugar eran doce tabas, pero con seis que reuniéramos, entre tres o cuatro niñas, ya podíamos jugar. Empezaba la dueña de la casa y si era en la calle la que más tabas ponía, la más mayor o la más mandona.

Una vez sentadas las niñas en corro, se echaban las tabas al suelo, podían caer de hoyo, de panza, de brazo o de carne, luego cogías una bola de cristal o una piedra redondita, la tirabas hacia arriba, al aire, y mientras bajaba y la cogías, sin tocar el suelo, tenías que poner la taba en hoyo, así hasta que estuvieran todas en esa posición y después cogerlas de una en una, siempre echando la bola a lo alto - había niñas que las cogían de a dos- luego lo mismo para ponerlas de panza, después de brazo y por último de carne.

En cualquier momento podías perder y entonces jugaba la siguiente. Así pasábamos la tarde, era un juego para el que había que tener destreza y concentración, lo que ahora decimos reflejos.

Otro recurso era jugar a las pitas, este juego lo dejamos para otra ocasión.


Escrito a bolígrafo en Palma a 30 de septiembre de dos mil doce

Concha

5 de octubre de 2012

La fuente y su pilón con niñas jugando

Hace pocos años cambiaron las cañerías que llevan el agua a la fuente desde donde mana.
Va bordeando la ladera por donde se halla la huerta de la Matilde, hasta que llega a la fuente y su pilón, ya sabéis que está cerquita de la plaza. 
Con las tuberías nuevas no se pierde el agua, de ahí que los caños echen mas agua y al ir la canalización más profunda el agua sale fresquita, el pilón está limpio y el agua clara y a rebosar.
Con un sencillo dispositivo el agua continúa canalizada hasta aparecer en lo que antes era el arroyo y se va perdiendo poco a poco.
Esta obra es cosa de los hombres de Valtiendas que van de obreriza con voluntad y tesón -nuestro reconocimiento.
El año que viene espero hacer el camino paso a paso desde el manantial hasta la fuente y el pilón y me echaré un trago de agua del caño para celebrarlo.
Este verano he tenido la oportunidad y la he aprovechado, de ver jugar a niñas en el pilón a echarse agua unas a otras. Las más atrevidas, dentro del pilón, tiran agua a manos llenas a toda la que se acerca con la inteción de calar a la de al lado, se aleja corriendo para librarse del remojón que otra intenta propinarla y así, de una manera u otra, todas reciben su chapuzón y mientras, chapotean, ríen y gritan de alegría.
El juego transcurre bajo la atenta mirada de unas jóvenes que no las pierden de vista. Al final se van yendo cada una a su casa empapaditas de la cabeza a los pies, como una sopa. Sin saber que a mí me han regalado un rato agradable, pensando que hay juegos que se repiten exactamente igual aunque pasen lo años.

Desde Palma a 23 de septiembre de dos mil doce.

25 de junio de 2012

La fuente y su pilón

El pilón era un sitio que nos atraía a las niñas en gran manera, en el buen tiempo al recreo íbamos al pilón a jugar a echarnos agua unas a otras, solo con las manos eramos capaces de dejar el pilón sin agua por lo menos hasta donde alcanzaba nuestro cuerpecillo inclinado al máximo.
Había que darse prisa porque con el alboroto que hacíamos dábamos lugar a que saliera la señora Juliana a reñirnos y alguna niña si no andaba lista recibía amago de escobazo o cuando menos una regañina individual.
Éramos felices calándonos de pies a cabeza, el vestidillo se quedaba pegado al cuerpo y el pelo mojado, difícil describir la figura, lo malo era que se acababa el recreo y había que volver a la escuela empapadas como una sopa y allí estaba doña Gregoria siempre con la frase propia del momento, pero eso no nos quitaba el buen rato que habíamos pasado, podíamos decir "que nos quite lo bailao".
En Valtiendas, hasta que metieron el agua en las casas, la fuente era uno de los lugares más concurridos, imprescindible para el abastecimiento de agua en la casa y para llevar a abrevar al ganado.
Algunos años de sequía en verano el caño echaba un hilillo de agua y se hacía cola para llenar el cántaro, la cantarilla, el botijo, la botija, el caldero o lo que fuere.
Ahora la fuente y el pilón, remozados gracias a algún nostálgico, se han  hecho prescindibles, pero están ahí y una se acerca a echarse un trago de agua del caño -que ahora echan los dos- y la sabe a gloria bendita, por muchos años.

Escrito en Palma con bolígrafo el 16 de junio de 2012.

13 de junio de 2012

El juego de la comba


Cuando éramos niñas los juegos que estaban de moda pero que venían de muy atrás eran al aire libre, jugábamos en la plaza que era el centro del pueblo, allí estaba, en un mismo edificio, el Ayuntamiento y la escuela de los niños, la casa del señor Cura, el pilón y  más cerca la iglesia y la escuela de las niñas - creo que esta descripción ya la he hecho en anterior ocasión.
La plaza era multi funcional, como estaba el suelo de tierra las caídas si las había eran menos peligrosas, pero las polvaredas originadas por algunos juegos eran grandes, uno de ellos era el juego de la comba -saltar una cuerda en movimiento- jugábamos a la comba en distintas formas.  

POR DEBAJO DE LOS PIES. La cuerda iba y venía de derecha a izquierda a ras del suelo, al ritmo que marcaban las dos niñas que agarraban las cuerda de los extremos, nos poníamos en fila e íbamos saltando, la que perdía comba pasaba a dar.
Al tiempo que saltábamos todas cantábamos canciones como:
a las olas solitarias pasó un barco por la mar
con el ruido de las olas se sentía balancear,
balance aquí , balance allá,
caballito blanco reblanco dime la verdad,
soledad dime la verdad, prenda mía dime la verdad ven acá,
y vuelta a empezar!
A LO ALTO SOBRE LA CABEZA, había que saltar cuando pasaba la cuerda por debajo pero llegaba de lo alto, de arriba a abajo y de abajo a arriba, era más complicado y tenías que entrar cuando salía la que iba delante de ti, si no, perdías comba.
La canción podía ser:
al cocherito leré, me dijo anoche leré
que si quería leré montar en coche leré,
y yo le dije leré con gran salero leré
no quiero coche leré que me mareo leré
quiero tartana leré que me divierto leré.    
SALTAR INDIVIDUALMENTE, tú te dabas y saltabas al ritmo que querías o podías, sólo necesitabas un atillo que era la medida de tu cuerpo
LOS DUBLES, según la tía Marcela las niñas que iban de Madrid llevaron a Valtiendas una moda nueva, los dubles, para saltar sí que había que tener destreza, si las niñas que agarraban la cuerda daban deprisa aquello era de vértigo.
Lo cuento en pasado porque las niñas que jugábamos en la plaza ahora sólo podemos recordarlo. Con el paso del tiempo una piensa que era un ejercicio físico de altura.
La frase "perder comba debe venir de ahí".

desde Palma a doce de junio de 2012

12 de abril de 2012

Domingo de Ramos



El Domingo de Ramos es uno de los domingos más señalados del año. De esos que quedan en la retina y en el corazón para siempre, son imágenes y hechos vividos en la infancia que perviven a lo largo de la vida. Paso a relataros lo que para la chiquillería, o al menos para mí, suponía el Domingo de Ramos, ya habían pasado los cuarenta días de Cuaresma, cuarenta días sin oír cantar por la radio- de la Tía Teodosia o la del señor Alfonso- las canciones de moda, tampoco cantaban los mozos los domingos cuando bajaban de la merienda en las bodegas, cada cual con su cuadrilla.


Así que habían sido cuarenta días tristes y aburridos. El Domingo de Ramos ya parecía más alegre, quizá porque iba haciendo mejor tiempo o porque íbamos a misa llevando todos una rama de romero y la iglesia se llenaba de olor a romero -bendecido por don Saturnino- y también a incienso.
La mozas cantaban durante la Procesión una canción que me ha recordado Miguel Ángel de Valtiendas que empieza así; Jesús que triunfante entró domingo en Jerusalén....
También estrenábamos algo, las niñas un velo negro, redondo que cubre la cabeza, lo sujetábamos con una horquilla, o unos calcetines cortos de color blanco, estrenarse algo era importante, se decía que si no se estrenaba algo no tenías ni pies ni manos.
Hoy he estrenado una prenda de vestir, he ido a misa, he cogido una rama de olivo de las que han puesto en la entrada a la iglesia. Estaba llena de gente que año tras año acudimos a celebrar el Domingo de Ramos. El señor cura ha bendecido las ramas de Olivo y hemos salido en Procesión.

Escrito a bolígrafo en Palma a uno de abril del año dos mil doce.