Al fin nuestro padre, vuestro abuelo, compró otro burro, más grande y más feo que el Buche. Ya no había que pedir el burro a nadie. Ya teníamos la yunta.
El burro grande ocupó el otro pesebre, recordáis que os conté que en la cuadra había dos pesebres. Ni siquiera recuerdo que le pusiéramos nombre, era el burro de Sacramenia porque fue allí donde lo compró nuestro padre, era tan alto, tan viejo, ¡pobre burro!.
En este creo que nunca me subí, mi preferido era el Buche, unque me tirase al suelo más de una vez, era muy tozudo, creo que en lo de la tozudez nos parecíamos bastante.
Me hice mayor, casi dieciséis años, y me fui a Madrid, cuando volvía a Valtiendas enseguida iba a la cuadra a ver al Buche, para ver si tenía pienso y la bola de sal, que lamía cuando tenía sed.
El buche sobrevivió al burro de Sacramenia. Vivió casi toda su vida con sus amos, cambiaron de casa y de cuadra, a la que hicieron nuestros padres, pared con pared de la casa de la abuela Marcela, aunque el corral seguía siendo el mismo.
Los hijos nos fuimos yendo pero ellos permanecieron en Valtiendas. El Buche no acabó sus días en la cuadra como seguro hubiera deseado, cuando nuestro padre, vuestro abuelo, se jubiló vendió el Buche a unos gitanos que se habían instalado en Fuentesoto. No supe cómo fue su final , han pasado tantos años y aun me acuerdo de él.
En parte fue por mí que el abuelo se deshiciera del Buche, pues al jubilarse se vinieron a Palma para cuidar a Marcelita y después a Mónica. Cuándo nació Elena María, en abril de mil novecientos ochenta y uno, ya se habían ido a Valtiendas muy a pesar de nuestra madre y abuela. Venían de noviembre a marzo.
La abuela ya no volvió, el abuelo sí lo hizo años más tarde.
Como el abuelo decía que no venían porque eran mayores íbamos nosotros cada verano. Creo que disfrutábamos todos por igual.
Escrito con bolígrafo en Palma a veinte de enero de dos mil diez.