14 de febrero de 2012

La fiesta

El treinta de noviembre es San Andrés y es la fiesta de Pecharromán, por cercanía era un derecho que teníamos el de poder ir a la fiesta.
Como los días eran muy cortos - no existía aún el cambio de hora - comíamos pronto y nos aviábamos para ir a primera hora de la tarde, con el fin de llegar de día con sol si la niebla no lo impedía.
Íbamos las amigas andando, contentas porque llevaríamos unas perrillas para comprar caramelos. Alrededor de la plaza los confiteros ponían sus puestos llenos de caramelos de todos los colores, tamaños y formas. Las garrotas de caramelo, con barras en espiral de colores como el arco iris, colgaban de una barra de lado a lado del puesto. Los pirulís -pirulí de la Habana, coletilla que aplicaba el confitero- la piruleta un poco más moderna, el chupa chups...
Las almendra garrapiñadas, las peladillas blancas, bueno bueno, era fascinante, yo me quedaba leta a la vista de tanta variedad de colores y hasta percibía los olores.

También recuerdo la plaza con su frontón lleno de letreros de Viva los Quintos del año y de los anteriores. Mientras ocurrían esas vivencias la gente de Pecharromán todavía estaba comiendo, ya se sabe que en la fiesta las comidas son más largas.
El baile era en la plaza, tocaban los Pichilines de Peñafiel, pero apenas los disfrutábamos porque enseguida se hacía de noche y teníamos que volver a casa andandito, de noche cerrada y con un frío intenso que se congelaban hasta las palabras, con poco abrigo, aunque la tia Marcela hace pocos días me recordó que un año estrenamos abrigo el día de San andrés, que era de color marrón.
Quizá quedó en mi subconsciente y por eso siempre me he comprado abrigo de color marrón. A pesar del frío merecía la pena ir a la fiesta.

Desde Palma, escrito en el mes de noviembre de dos mil once.

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