El Domingo de Ramos es uno de los domingos más señalados del año. De esos que quedan en la retina y en el corazón para siempre, son imágenes y hechos vividos en la infancia que perviven a lo largo de la vida. Paso a relataros lo que para la chiquillería, o al menos para mí, suponía el Domingo de Ramos, ya habían pasado los cuarenta días de Cuaresma, cuarenta días sin oír cantar por la radio- de la Tía Teodosia o la del señor Alfonso- las canciones de moda, tampoco cantaban los mozos los domingos cuando bajaban de la merienda en las bodegas, cada cual con su cuadrilla.
Así que habían sido cuarenta días tristes y aburridos. El Domingo de Ramos ya parecía más alegre, quizá porque iba haciendo mejor tiempo o porque íbamos a misa llevando todos una rama de romero y la iglesia se llenaba de olor a romero -bendecido por don Saturnino- y también a incienso.
La mozas cantaban durante la Procesión una canción que me ha recordado Miguel Ángel de Valtiendas que empieza así; Jesús que triunfante entró domingo en Jerusalén....
También estrenábamos algo, las niñas un velo negro, redondo que cubre la cabeza, lo sujetábamos con una horquilla, o unos calcetines cortos de color blanco, estrenarse algo era importante, se decía que si no se estrenaba algo no tenías ni pies ni manos.
Hoy he estrenado una prenda de vestir, he ido a misa, he cogido una rama de olivo de las que han puesto en la entrada a la iglesia. Estaba llena de gente que año tras año acudimos a celebrar el Domingo de Ramos. El señor cura ha bendecido las ramas de Olivo y hemos salido en Procesión.
Escrito a bolígrafo en Palma a uno de abril del año dos mil doce.