El mes de noviembre está asociado a muchas cosas bonitas de mi infancia -
algunas ya las he escrito en mi blog - hoy escribo sobre un personaje al que también tengo relacionado con este mes en particular.
El Tio Bigote iba a Valtiendas a vender fruta desde muy lejos, quizás desde
Peñafiel. Llegaba en su carro de baras tirado por un mulo, se ponía
siempre en el mismo sitio en la plaza y empezaba a bajar las cajas
llenas de fruta, las ponía en el suelo de forma que quedasen lo más
atrayente posible o eso me parecía a mi.
El chico que primero aparecía por la plaza se encargaba de vocear por
todo el pueblo que había llegado a la plaza el frutero, el chico se
ganaba unas perrillas a cambio y las mujeres al oír el pregón salían a
comprar.
Como vivíamos cerca de la plaza yo bajaba corriendo y me ponía en el
mejor sitio para verlo todo, el Tio Bigote vendía a las mujeres lo que
le pedían, la cantidad la pesaba con la romana de mano y ellas le daban el dinero, para mi era nuevo aquello del
intercambio.
Si la llegada del Tio Bigote a la plaza coincidía con la
hora del recreo yo no jugaba ¡que ya habría más días para jugar! sin
embargo el frutero podía tardar en volver quince días o más!.
Las zanahorias me llamaban mucho la atención; las de color naranja
eran bonitas pero las moradas eran mis preferidas, ignoraba qué sabor
tenían porque nuestra madre - vuestra abuela - no las compraba, debían
estar buenas; crudas, cocidas o como fuere que se preparasen, aunque se
me pasaba pronto el apetito. Entendía que eran tan bonitas que debían
estar solo para el gozo de la vista.
Las mandarinas me tenían prendada allí dentro de la caja en el suelo,
destacaban con su color naranja fuerte, su toque de hojas verdes y ese
olor suave que desprendían, pero también lejos del bolsillo de madre.
Naranjas
sí que le compraba nuestra madre, con una naranja hacía rodajas y con
un poco de azúcar por encima conseguía un postre de rechupete.
También traía el Tio Bigote en su carro, castañas, higos, cacahuetes y
esas cosas propias de Navidad que estaba ya a la vuelta de la esquina.
Escrito en mi cuaderno a bolígrafo en Palma de Mallorca a doce del doce del año 2012.