Cada año, a la llegada del verano, nuestro padre compraba el
marrano a un señor que iba a Valtiendas. Vestía con camisa ancha, negra y
larga por fuera del pantalón, también iba provisto de una vara larga
quizás para dirigir a la piara de marranos, todos negros. A mí el hombre
me llamaba la atención porque iba vestido distinto a como vestían los
hombres de nuestro pueblo.
Ya teníamos marrano morato, estaba en el corte anexo
a la casa, dormía sobre paja mullida que cubría el suelo, gruñía,
oceaba, comía. Por la mañana nuestra madre le preparaba la comida - en
el duerno de madera - consistía en "salvao" y un poco de agua mezclado,
también patatas pequeñas cocidas, hojas y troncos de berza que íbamos a
coger al huerto, las mondarajas. Se aprovechaba todo, las gallinas
picoteaban lo último. La palabra reciclar no la conocíamos por aquel
entonces, pero se cumplía.
Cuando el marrano salía del corte para comer,
husmeaba un rato por el corral. En verano los días de tormenta abría la
puerta del corte o la rompía y salía en estampida, se iba a los huertos y
allí teníamos que ir a recogerle, cosa que no era fácil. Para la
matanza llegaba a pesar nueve o diez arrobas.
La matanza solía ser en enero y era una fiesta pero hoy os hablo de la Matanza Producto.
Nuestra
madre y su hermana el primer día hacían el calducho y las morcillas, el
segundo día la botagueña y el chorizo, se curaban en la cocina colgando
de los machones. Para la Cuaresma ya estaban oreados y unas semanas
después nuestra madre metía el chorizo en la olla de barro entre aceite,
también la cinta. No puedo olvidar la careta, el morro, en adobo era un
manjar, los chicharrones estaban buenísimos, la manteca, cuando la
Abuela echaba aceite en la sartén para freír añadía manteca. El tocino
era muy socorrido para "tomarpan" al salir de la escuela por la tarde,
sobre todo los días de frío.
El jamón era la pieza principal, aunque en casa se
dejaba sólo uno, el otro se hacía chorizo. El jamón lo ponía vuestra
Abuela entre sal, después untado con pimentón permanecía colgado entero
hasta que el Abuelo lo encentaba cuando íbamos a arrancar yeros, sí, ese
trabajo tan duro, tanto calor y de sol a sol.
Los mayores tenían tan aprendidas las tareas de la matanza que nunca se maladaba nada.
Todo
esto lo he recordado cuando hemos ido a comprar un jamón y los había de
doscientos de cuatrocientos y hasta de seiscientos euros, están de
moda, han salido en la prensa y en el BOE.
Y me digo yo, aquel jamón que comíamos en verano
después de todo su proceso, era jamón ibérico de Cebo porque se
alimentaba a base de piensos en recinto cerrado. A excepción de alguna
que otra escapada a los huertos.
Escrito a bolígrafo en Palma a 5 de febrero de 2014.