Una de nosotras la ayudábamos a llevar el conacho porque la ropa mojada aunque bien escurrida pesaba bastante más, así que agarrando una de cada asa del conacho se hacía más llevadero, la piedra de lavar se la ponía en la cadera como a la ida.
Tengo recuerdos de ver por la mañana la ropa colgada que no se había recogido la tarde anterior que estaba tiesa como témpanos de hielo que solo se secaba si el día amanecía soleado, de no ser así nuestra madre se las tendría que ingeniar de alguna manera. Quizá le serviría lo que había aprendido de su madre política, nuestra abuela Marcela, y en ese mismo entorno que fue donde vivió desde que se casó siendo muy joven, la casa a la que me estoy refiriendo ya desde el comienzo del relato anterior era de nuestra abuela, allí nacimos y vivimos nuestra niñez y adolescencia. Nuestra madre cuando la mencionaba hablando con las vecinas se refería a ella como mi señora, tal vez era lo habitual por entonces, ese es mi recuerdo, nuestra madre siempre la tuvo a su lado.
Ya solo quedaba doblar la ropa y guardarla separando la que tenia que coser, un roto en una camiseta, zurcir los calcetines, el jaretón que se había descosido o sacarlo porque se había quedado corto el vestido o el guardapolvos de la escuela, mil motivos. Como nos estamos refiriendo al invierno nuestra madre, vuestra abuela, cosía por la tarde en casa aunque a menudo se reunían en la casa de alguna vecina y siempre alrededor del brasero o con la cocinilla encendida. Lavar y coser eran labores muy principales.
Hoy dice el calendario: Cualquier excusa es buena para desempolvar esas risas que tienes guardadas en un cajón.
Desde Palma a 25 de abril de 2020.
1 comentario:
Deseosos de nuevas entradas.
Publicar un comentario