Sin apenas tiempo para recuperarse el cuerpo por la recogida de las algarrobas, para San Juan nos hallabamos
en pleno apogeo arrancando yeros. Decir que se trabajaba de sol a sol no
se ajustaría a la realidad, aun con las estrellas brillando en el
firmamento antes del amanecer ya estaba la cuadrilla en el yeral.
Uno
desuncía la yunta de machos o burros, otro les ponía la estaca o los
maneaba, con el fín de que permanecieran cerca, en un barbecho o junto
al camino, que siempre había una porción de tierra a ambas orillas con
hierba fresca.
Tambien la tarea de poner la bebida y el almuerzo a la
sombra del carro para que se mantuviera fresco y al resguardo del sol el
mayor tiempo posible.
A falta de la sombra que proporcionaba
el carro, se arrancaban las primeras matas de yeros con el rocío de la
noche para hacer el primer montón y debajo meter la botija del agua y el
barril del vino, al mismo tiempo era el ropero y punto de referencia.Familia trillando en Tobia la parva de yeros |
Agacharse con
la espalda recta paralela al surco, avanzando hacia adelante, los pies y
las piernas firmes para soportar el peso del cuerpo, las rodillas
flexionadas pienso que no irían rígidas, los brazos extendidos cerca del
suelo, las manos bien protegidas con los guantes porque entre los yeros
y las algarrobas había uñagatas, cardos y las propias matas de las
leguminosas, que alzaban del suelo de veinte a venticinco centímetros.
Se
depositaban entre el abdomen y el pecho, cuando se llegaba a la altura
del montón que el primero iba creando se echaba y así surco trás surco.
Entre montón y montón a derecha e izquierda quedaba espacio libre
-calle- para que al acarrear pudiera pasar el carro. Cuando empezaba a
clarear el día ya se había echado una mano, ida y vuelta, asi hasta que
se ponía el sol o se terminaba el yeral. Al primer surco ya dolían los
riñones. Ahora descansamos.Concha
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