Tres jueves hay en el año que
relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la
Ascensión. Los tres días eran fiesta de guardar en todos los pueblos y
ciudades de España.
En el año de 1977, la Santa Sede confirmó
el traslado de la solemnidad de la Ascensión del Señor al domingo VII de
Pascua, y en el año de 1990, la Conferencia Episcopal Española pasó a
celebrar el Corpus al domingo siguiente al de la Santísima Trinidad.
Voy
a escribir de mis recuerdos de niña, los que aun mantengo en mi
memoria, relacionados con la Ascensión y el Corpus. El día de la
Ascensión, todos los niños y niñas entre los ocho y los nueve años de
edad hacíamos la primera comunión. Para ello había que prepararse
durante un tiempo, el señor cura daba la doctrina a los niños y niñas a los que ese año les tocaba hacer la comunión. La doctrina consistía en aprender:
las oraciones, los mandamientos y los sacramentos. A tener buen
comportamiento en la iglesia, a ser obedientes, practicar las buenas
costumbres, una de ellas era la de besar la mano al señor cura - don
Saturnino - cuando te topabas con él, en la plaza o donde fuere.
Muy
importante era la preparación para el sacramento de la confesión, que
era la víspera de la Ascensión. Para tomar la comunión había que estar
en ayunas.
Al fin, el día de la Ascensión, las niñas con vestido
largo y blanco como blancos los zapatos, calcetines y demás
complementos. Los niños con camisa, pantalón corto y zapatos, todo nuevo,
asistían a misa que era misa mayor. Se colocaban cerca del altar,
sabiéndose protagonistas de la ceremonia. Yo recuerdo que al recibir la
comunión de manos de don Saturnino, sentí una alegría inmensa. No en
vano habíamos preparado ese momento durante tanto tiempo.
El
día del Corpus comenzaba con la celebración de la Eucaristía, niños y
niñas asistían vestidos de comunión. Ya mas relajados participaban en la
misa que era cantada. Seguidamente salía la procesión, el señor cura
portaba la Custodia con el Santísimo - bajo palio - los monaguillos con el
incensario esparciendo el humo con olor a incienso. Las niñas arrojaban
pétalos de rosa que portaban en su cestita, flores de múltiples colores
y plantas olorosas, cantueso, cubrían el suelo de las calles cercanas a
la iglesia y a la ermita por donde transcurría la procesión. Al pasar
por las casas donde instalaban altar, el señor cura hacía una
parada, rezaba, bendecía el altar y proseguía. Las madres adornaban
ventanas y balcones con colchas y mantones al paso de la procesión.
También se entonaban canciones propias de la celebración.
El acompañamiento ahora podría decirse que era multitud.
En Palma a veintiuno de junio de 2015.
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